miércoles, 4 de noviembre de 2009

MANIFIESTO-CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN


“(…) El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.Y que el futuro diga.”
Roberto Arlt


No somos progresistas. Consideramos este término un eufemismo pueril que designa, desde tiempos de Fukuyama, aquello que en épocas pasadas recibía el nombre de reformismo. Viejos, conformistas, timoratos, lo mismo da. Más aún: además de partir de la base de que progresismo denota viejos apolillados, enmohecidos, húmedos y venidos a menos (la lista sería larga; sírvase el lector, en caso de querer ver nombres propios, de seguir su periplo por la denominada “blogósfera”: encontrará progresismo y esnobismo en dosis similares; sabrán así a qué nos referimos), desde nuestro humilde lugar nos animamos a decir: el progresismo ha muerto.
Malformado, el retoño hubo de perecer joven. O no. Más bien, una vejez prematura, intrínseca a sí mismo, lo ha arrojado en brazos de científicos degenerados, que han hecho de él un Frankenstein maleable. Queremos decir con esto que hoy el “ser progre” es moneda corriente; es políticamente correcto. No queremos serlo, no nos interesa ser políticamente correctos. La derecha más recalcitrante evoca hoy en día a los pobres, los derechos humanos, etc. La disputa de sentido ha sido clausurada. Los famosos “valores en común” de una ilusoria “comunidad organizada” parecen ir tomando forma: "no se toca esto, no se toca lo otro, pero todos somos progres, derechos y humanos”…mientras barren pobres, muertos, desocupados y excluidos bajo la alfombra. Unos con el palo, otros dibujando los números. Derecha y progresismo, encarnizados contendientes, comparten los famosos valores de la democracia. Unos gritan más, otros gritan menos; por izquierda o por derecha. Marchan separados, golpean juntos…siempre en el bajo vientre. Ahí sí que las divergencias se borran. El famoso consenso aparece a la hora de invisibilizar lo que los amenaza ontológicamente: los miles que se amontonan con hambre, bronca, dignidad y decisión. Quienes poco a poco vamos organizándonos para hacer saltar por los aires el famoso vaso, que derecha y progresismo ven medio lleno o medio vacío, según el caso. Una gran y estruendosa patada en su mesa de negociaciones habrá de tirar el vasito, algún día, y se verá por qué denunciamos que esta dicotomía es falsa. Que el progresista es, por lo demás, un bello y lindo discurso. Poesía. Bella, las más de las veces. Berreta, otras tantas. En el terreno de la disputa de sentido, que es el que queremos apuntalar hoy aquí, han perdido la batalla. Si es que alguna vez la dieron.



Y no es esto último una cuestión de formas. Considerando inescindibles forma y contenido (nos avala una tradición de pensamiento en este sentido), este engendro chic, correcto, bonito y perfumado, esta famosa “izquierda de ojos claros” no podía, desde el vamos, dar la batalla. Tampoco es que se lo propusieran. Simplemente venían a emperifollar, maquillar, revocar, aggiornar, como las féminas de sus filas mediáticas lo hacen con sus osamentas, un sistema que emana azufre y devora hombres mientras reproduce dinero. Viejo, decrépito, todavía funciona, y bastante bien. Sus funciones vitales aún responden: sigue deglutiendo generaciones y cagando acumulación. Y, en el caso de nuestro país, ha sido el progresismo de nuevo cuño, este refrito de arribistas, burócratas y, lamentablemente, gente de buena fe, quien le ha puesto el respirador al viejo y deleznable capitalismo ganadero-agro exportador vernáculo.


Por todo esto, no somos ni seremos progresistas mientras nos queden ganas de vivir, mientras nuestra sangre hierva ante las injusticias que nos pegan en los tobillos –burgueses somos al fin por nuestras condiciones materiales de existencia; a nosotros nos pega en los tobillos y en el alma, a muchísimos más les arranca sin más la cabeza, les corta las piernas, les mutila el cerebro, la garganta, los genitales-. Desembozadamente nos llamamos comunistas, socialistas, marxistas, zurdos, loquitos. Sí, loquitos. Como los siete locos del brillante Roberto Arlt. De lo que se trata, entonces, y aquí viene lo jugoso, es de reconstruir esa identidad, esa subjetividad vapuleada. Intentar aportar desde todos los ámbitos en que nuestra actividad se inscriba a recuperarnos de la derrota histórica, que cumple ya treinta y tantos años en el caso argentino. Retomar el mentado “cross a la mandíbula” que nuestro introductor reclamara para su bando, que es el nuestro. Tirar piedras desde la barricada que hemos elegido, y que consideramos nos falta construir, pues no es hoy en día otra cosa más que unos cuantos trastos amontonados en una calle cualquiera, frente a un imponente carro de infantería, hijo del consenso que unos y otros, parásitos mercachifles, saltimbanquis de opereta mediática, cotorras parlamentarias, cancerberos democráticos, yerguen por delante de nuestra obra, que se parece a la de Circe por errores propios, pero también por interés ajeno. Ese interés que se celebra en bacanales de beneficencia, con el beneplácito de comensales que dan en llamarse ONG`s, iglesias, fundaciones, partidos políticos, etc. Se trata de seguir tirándoles piedras a los guardianes del orden, sí, pero de manera tal que esas piedras vengan del propio suelo que pisamos. Que sean tan fuertes los cimientos sobre los que nos paramos, que podamos darnos el lujo de arrancar considerables pedazos, revolearlos con la honda de David, y asestar los golpes de rigor a ese Goliat en terapia intensiva, barriendo de paso con el progre que enchufó el respirador artificial y se lo puso en la trompa, mirándolo de reojo pero con compasión cristiana.


Hacemos aquí alusión a los errores propios, pues de eso se trata: de corregirnos, apuntalarnos en base a la experiencia, de escupirnos a nosotros mismos cada vez que erramos una pequeña dosis del veneno que tenemos para aquellos cancerberos. De besarnos lascivamente, encontrándonos, sin olvidar que nuestro beso es venenoso, que tenemos la saliva del dragón de Komodo en nuestras glándulas salivales. Desarrollaremos así el antídoto a nuestro propio veneno, para verterlo sin más sobre las venas de los chacales.


Todas las manifestaciones culturales, políticas, artísticas, sociales, que se pasean por delante de nuestros ojos, deben ser susceptibles –debemos hacerlas susceptibles- de sucumbir ante esa soda cáustica que habita en nuestras lenguas. Apostamos a hacer, desde aquí, nuestro pequeño aporte a tan magnánima tarea. Es simplemente un complemento: por suerte nuestra vida no gira únicamente en torno a cosas tan inicuas como la computadora, la ”blogósfera” en tanto ágora de los eunucos, etc. Como bien dice el filoso sofista Feinmann, “cualquier pelotudo tiene un blog”; pues bien, seremos entonces dignos pelotudos por aportar, complementar nuestras prácticas cotidianas, inscriptas en subvertir y recuperar sentidos, significados, recuperar una identidad y una tradición genuinamente revolucionaria, para desplegarla por delante del coro de conformistas que justifican en el terreno de lo virtual lo poco que hacen en el terreno de lo realmente existente, de la lucha de clases en sentido material, en sentido amplio, cotidiano, corriente. Construir una trinchera, una barricada más, desde donde aventar las piedras que arrancaremos de nuestros propios y fuertes cimientos, contra el mentado coro y el carro de infantería, que en última instancia les cubre las espaldas. Escupiremos despiadadamente el veneno, desnudando sus miserias, incendiaremos absolutamente todo hasta que, ahogados y revolcados en su propia y pestilente mierda, esta vez sí, se vayan todos. Esa es la apuesta.

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